miércoles, marzo 01, 2006

LA ÉTICA DEL ENVENENAMIENTO

(Publicado - El Observador- 1/03/06)
Son ladrones. Son coimeros. Depredan al Estado. Se creen dueños del país. Colocan a sus amigos. Privatizan porque se quieren “prender” en algo. Están en todos los curros. Siguen creyendo en el clientelismo barato. Se creen que no los ve nadie. Se sienten impunes. Están en cuanto curro aparece. Dan asco de tanto que afanan. Esta fue la prédica que, durante años, el partido político en el gobierno actual sostuvo en corrillos, en la tribuna y en todos lados. Se llegó hasta a montajes mediáticos en los que algunos autodeclarados “probos” senadores y ministros actuales, marchaban por los juzgados presentando “casos” que entendían eran de flagrante corrupción. Se alimentaron rumores que llegaban al extremo de construir una “verdad” absoluta en la que muchísima gente estaba convencida de la corrupción abierta de dirigentes blancos y colorados. No había con qué darle. Se había instalado una lógica de la conspiración en la que se seleccionaron culpables y esos individuos tuvieron que padecer el escarnio público. El rumor como arma mortal operó de manera perfecta. Se envenenó el alma de mucha gente a la que se le hizo creer que todos los que actuaban en los partidos históricos eran una banda de ladrones que querían apropiarse de lo que estaba delante de ellos. Todos, ese era el mensaje. No se discriminó sino que se barrió grueso. Esa era la mentalidad de los gobernantes del país: una manga de vivos y acomodaticios que estaban para la de ellos. Había poco menos que lincharlos. Sí, les rindió la acumulación de rencor, de calenturas y de ira. Llegaron, incluso, a inventar casos que luego la ciudadanía corroboró que quedaban en nada. Fueron muchísimos más los archivos de actuaciones judiciales que las cabezas guillotinadas. Pero el daño popular de predicar la difamación cobarde ya estaba hecho. Y mucha gente lapidada alegremente. Jaque mate a los partidos históricos. Claro, la historia sigue. Ahora el umbral de expectativas éticas para con los gobernantes propietarios de la moral pública es gigante. Y está bien que ello sea así porque no se puede predicar una cosa y hacer otra. Por ejemplo, la triste situación a la que nos somete el secretario de la Presidencia al desplegar todo su poder, y generar un conflicto latente con funcionarios de gobierno sometidos a jerarquía pública, y a los que ubica en indelicada posición por el desempeño de su actividad privada, es un enorme error que lo daña a él y a todo el Estado uruguayo. Por algo desde la prensa de izquierda el tema se empieza a colar con fuerza. Hay mucho enojo por allí. Ahora, además, parecería que el aburguesamiento le llegó al gobierno. Y lo genial de todo esto es que no es la oposición la que está incendiando la pradera, es la gente a la que tanta manija le dieron que ahora los acorrala y los marca. Lo hace en el boliche, en el balneario y en cualquier esquina. Lo hace porque creía que llegaban los Savonarola. Lo hace de buena fe y se encuentra que los que ayer predicaban hoy lo desprecian. Lo que sucedió fue que la acumulación que aplicaron no era básicamente electoral -lo que hubiera sido inobjetable-, manijearon bronca, y demonizaron tanto que ahora el monstruo que construyeron es ingobernable para con ellos mismos. No se trata de renegar de la ética, lejos estoy de esa postura. Se trata sí de saber que el instrumento que utilizaron con impostura y con demagogia ahora se les vuelve en contra día a día. Y ya lo sabemos todos, no hay peor cuña que la del mismo palo. Va a ser interesante ver qué esgrimen en su defensa porque no es sencillo creerse beatificado, y despertarse un día y ver que los votantes ahora están convencidos que sus líderes se han convertido en gente que se corrompió ante las alfombras rojas, los autos oficiales, la actividad privada que no largan, y la deliciosa cantidad de viajes ministeriales que ayer criticaban y que hoy defienden con ahínco y devoción. El doble discurso es muy malo pero la doble moral es mucho peor.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Estás plagiando la estructura de mis artículos.
Ya te curcé citación de mi abogado.