miércoles, junio 25, 2008

MIEDO

(Publicado - El Observador 25/06/08)

No hay uruguayo que no haya vivido alguna situación de inseguridad en los últimos años. No hay uruguayo al que no le hayan comentado de la existencia de lugares específicos donde hay “bocas” de pasta base. No hay uruguayo que no sienta el temor ante la delincuencia que se desparrama en el país. No hay uruguayo que vea la televisión y no se asombre de los dementes que violan menores de manera frecuente. No hay uruguayo que esté tranquilos al atardecer en casi cualquier lugar del país. Esta es la evidencia.
Es que la violencia, la inseguridad y el miedo se han apoderado de nosotros y como nunca hay una desconfianza generalizada hacia el sistema. Es cierto lo que han dicho algunos periodistas de que la legislación no alcanza para abatir estos problemas, pero sin alguna legislación nueva no hay manera de encarar los problemas nuevos. La legislación es sólo una parte del asunto, pero no debiera llegar como respuesta fascista sino como anticipación inteligente de esta sociedad violenta, fragmentada y nueva que nos toca vivir.
Los sucesivos Ministros del Interior de este gobierno han ido desde el planteo naïf hasta la soberbia a caballo. No hay manera de encarar uno de los tres temas más importantes en la vida de un país de esa forma y con tanta frivolidad. No se hacen nacer políticas de Estado en materia de seguridad a los gritos creyendo que estamos en el Estadio Centenario.
Los partidos políticos saben que tienen que hablar y pensar sobre inseguridad y el gobierno hace mal en creer que no se tiene derecho a manifestar posiciones al respecto. O hace muy mal al creer que solo es electoralismo lo que motiva a los actores a expresarse. ¿Qué debieran hacer los partidos de oposición? ¿Tal vez aplaudir una gestión deficitaria en materia de rapiñas, violencia doméstica, desapariciones de personas y violaciones de menores?
El gobierno ahora se dirige hacia un enfoque más pragmático del tema. Claro, tuvo que gastar tres años con experimentos, como el de la “humanización” carcelaria y su maravillosa liberación de reclusos, para ahora ir hacia el otro extremo y endurecer inéditamente el enfoque en materia de seguridad. Casi se lleva la Constitución por delante, en ese péndulo loco en el que se metió el Poder Ejecutivo, pero al final primó la razón y nació el Código de Procedimiento Policial de una vez por todas. ¿El gobierno habría votado este código si fuera oposición? Me temo que la respuesta es obvia: durante 20 años tiró piedras contra cuanta iniciativa legal aparecía y siempre creyó que era inflación penal todo aquello que se planteaba en materia de seguridad ciudadana. Tuvieron que llegar al gobierno, ver que hasta a los ministros los robaban por todos lados, para advertir que “está brava la cosa”. Duro precio el que hubo que pagar.
Lo que resulta llamativo es que no se entienda que la Policía tiene que ser jerarquizada de una vez por todas. Y no sólo en el plano salarial, sino también en su calificación y en su respetabilidad hacia la sociedad toda. Esto trasciende el Código de Procedimiento Policial y se traslada hacia entender y ponernos de acuerdo sobre qué tipo de Policía queremos en el país, qué niveles educativos debe poseer y qué grado de respetabilidad tiene que generar.
La izquierda gubernamental, que todavía tiene reflejos de venganza vinculados al quebranto institucional, no asume con seriedad que si no hay una Policía jerarquizada y mejorada en sus aspectos funcionales básicos, no cumplirá el mandato constitucional de velar por la seguridad y el orden interno de la nación.
La Policía todavía siente desconfianza hacia la izquierda gubernamental y la izquierda gubernamental todavía le tiene desconfianza a la Policía. En ese contexto, el único que pierde es el pueblo, que es el verdadero damnificado por semejante tensión.
Esas son las señales de madurez que los gobernantes tienen que dar de una vez por todas si quieren dejar de ser sólo el partido que enfrentó a los partidos históricos —y ganaron por ello— para transformarse en una propuesta seria, con acentos y tonos propios. No alcanza con ser los anti-partidos tradicionales; ahora, además, hay que hacer las cosas bien. Y por esto es que, en parte, en estos días se les cae la estantería. Aquellos que les prestaron el voto no los ven preservar a la clase media, no los ven abatir la pobreza y no los ven cuidando a los ciudadanos en el ejercicio de sus derechos. ¿Por qué razón habrían de votarlos otra vez?

miércoles, junio 11, 2008

El PAIS DE LOS LADRONES

(Publicado - El Observador 11/06/08)
No existen las casualidades. No es casualidad que el tema de la inseguridad esté en boca de todos. No es casualidad que los medios de comunicación tengan que dedicar gran parte de su programación a destacar los hechos delictivos. Tampoco es casualidad que buena parte de los políticos se encuentren analizando soluciones en materia de seguridad ciudadana.
Algunos sostendrán que es puro sensacionalismo y electoralismo, más procurando eludir responsabilidades que buscando una justa explicación. No piensan que la prensa recoge lo que está sucediendo y que los dirigentes políticos pretenden atender alguna demanda insatisfecha. Tontos serían si no brindaran su parecer.
Es que hace tiempo que quedó enterrada la presunción de pretender interpretar la inseguridad como una sensación. Quién puede atreverse a discutir —que no sea el Gobierno, claro está— el explosivo aumento del número de delitos de los últimos tiempos, y de la rapiña y las violaciones en los años recientes. El país arde de ladrones.
Quién puede ignorar el incremento de la violencia, el uso de las armas de fuego, el descenso en la edad para el inicio de las conductas delictivas y la presencia de la droga. Si hasta figuras prominentes del Gobierno, dirigentes sindicales y legisladores de todos los partidos, han sufrido el embate de los “amigos de lo ajeno”. La ministra María Julia Muñoz, el prosecretario Jorge Vázquez fueron robados y connotados miembros del partido de gobierno mientras participaban de un consejo de ministros itinerante les robaban el celular. Sin comentarios lo de la fiscal: negociar con los ladrones, muy lindo, muy aleccionador para la población. Un bello ejemplo de que ni ella cree en las instituciones. Solo cuando gana la anomia pasan estas cosas.
Además, tenemos la fuerte convicción de que la ciudadanía sensata no define la seguridad como la ausencia total de delitos, sino que lo que pretende es que las autoridades competentes demuestren con hechos que están haciendo lo necesario para controlar la situación. Si al aumento de los delitos y la violencia, le sumamos las bajas expectativas ciudadanas respecto a las políticas del gobierno en este tema, lo que tenemos garantizada es la perpetuación del sentido de desprotección. Y los delincuentes tienen pituitarias afinadas para detectar el terreno fértil para delinquir.
Tenemos un Gobierno ausente. El Gobierno no tiene respuesta legislativa, porque asume que cualquier medida en esa línea es mera inflación penal. No tiene respuesta presupuestal, porque el Ministerio del Interior se parece cada vez más a la “cenicienta” del presupuesto nacional y no tiene una “movida” corporativa que presione a las autoridades. El Gobierno no tiene respuestas en el plano de las acciones de prevención y represión (dígame alguien, cuáles han sido las medidas adoptadas en la materia que hayan alcanzado resultados cuando aún no se aprobó el código de procedimiento policial. Total está todo tan bien…).
Finalmente, el Gobierno ha perdido —si es que alguna vez lo tuvo— liderazgo en el tema, porque el “vedettismo ministerial” podrá ser una pintoresca práctica televisiva, pero no se lleva bien con la seriedad y eficiencia con la que deben manejarse los asuntos públicos, mucho más aún cuando lo que está en juego es la vida de la gente. Las cabalgatas, el cantar tango en los medios y los exabruptos discursivos,( ¡que nos quiten lo bailado!) no van a reducir la cantidad de rapiñas. Menos aún servirán las reuniones de políticos con el presidente de la República por este tópico. El Dr. Vazquez no ha hecho nada por la seguridad y no va a hacer nada cuando faltan quince minutos para terminar el partido.
La pregunta que nos hacemos todos es cómo se empieza a arreglar semejante descalabro, porque vamos directo a un desastre de marca mayor. Esto termina muy mal. La seguridad pública no es un tema de rango menor. Hace a la esencia misma de la legitimidad democrática. Que las instituciones garantes del orden público sean displicentes y apáticas a la hora de combatir la delincuencia hace añicos la confianza en dichas instituciones y, en última instancia, pulveriza la institucionalidad democrática toda. Que el delincuente no pague por su crimen y que el victimario importe más que la victima, erosiona el Estado de Derecho, cuya esencia es garantizar la convivencia del ciudadano en sociedad. Cuando da lo mismo ser honrado que ladrón, no hay posibilidad alguna de que el orden en libertad sea una realidad tangible. Ya nada vale nada.
Que el último apague la luz.