miércoles, octubre 18, 2006

LA GERONTOCRACIA GUBERNAMENTAL

(Publicado - El Observador 18/10/06)
Nuestros ministros son adultos mayores reconocidos. Muchos de ellos tienen más de 70 años. Tienen, además, una mirada anclada en los años ‘60 y no se han refrescado mucho en el aggiornamiento del pensamiento político moderno.
En tal sentido, nuestro gabinete nacional me hace acordar a los consejos de ancianos de los griegos, en los que el tiempo pasaba lentamente y donde las decisiones “sabias” había que esperarlas un largo periodo si no se construían los entendimientos del caso. La sensación de “letanía” se iba imponiendo, mientras la vida iba pasando.
Estamos ante un caso particular de gerontocracia gubernamental, que afecta las necesidades de un país que sigue perdiendo tiempo y oportunidades que no habrán de volver a pasar. En el Uruguay no existe la sensación de que la vida va a mil en el planeta y que hay que poner esa frecuencia para estar en la conversación cotidiana. Acá, hasta el gobierno parece creer que hay tiempo, que no hay que precipitarse, que más vale ir despacito para no macanear. Entre mate y mate, pareciera que tenemos todo el tiempo del mundo para salvarnos. Total estamos tan bien…
El “tren” del que alguna vez habló el Presidente —y que luego no se animó a abordar— hubiera sido visto de otra manera si el gabinete tuviera veinte o treinta años menos de los que promedialmente posee. Porque es imposible pedirle a gente con una mirada muy antigua, con muchos años arriba y con pocas ganas de asumir riesgos, que asuma ese comportamiento cuando ya las cabezas y los físicos se lo impiden. Los inviernos son terribles para nuestro gabinete, pero por suerte ya llegó la primavera.
El Uruguay debe comprender que si no acepta integrar a las generaciones intermedias y jóvenes en el accionar gubernamental, va a seguir produciendo resultados conservadores. En el fondo, haber negado el TLC fue un reflejo terriblemente conservador.
Y otro tanto debería hacer con las políticas de género. Resulta increíble que la izquierda uruguaya, siempre tan presta a la crítica del otro, una vez llegada al poder haya posicionado a tan pocas mujeres en el ámbito de la toma de decisiones. Y, en todo caso, las mujeres que se destacan tienen todas un contingente de años que inevitablemente hace que sus miradas despidan un aroma “retro”. No se visualizan mujeres de 20, ni 30 o 40 años. Hay que tener más de medio siglo para estar en la conversación.
Obsérvese que los emprendimientos que en el mundo tienen éxito saben fusionar con sabiduría alquímica el aporte de todas las generaciones, pero siempre —inevitablemente— los que están a la cabeza son generaciones jóvenes que tienen el potencial, la resistencia y las ganas como para librar batallas en las que el horario y los problemas se los pueda encarar con un empuje vigoroso y con un talante en el que el físico no sea un problema.
El Presidente en algún momento introducirá cambios en el escenario gubernamental. Sería positivo, entonces, que refrescara algunos ministerios con gente bastante más joven en relación a los gerontes que hoy pueblan su gabinete. De seguro nos va a venir bien a todos, porque aunque discrepemos frontalmente con ellos y ellas, por lo menos veremos a gente que libra batallas con todo el potencial posible. Con mucho respeto, resulta inadmisible que, por los motivos que fueren, algún ministro se desaparezca de la escena más de 40 días. No es bueno para el país, no es bueno para el gobierno, y no es bueno para nadie.
Ser progresista —imagino—implica serlo de verdad. Pero si sólo se hace “progresismo” con la barra veterana de amigos ideológicos de siempre, con las mismas ideas milenarias de toda la vida, bueno, en fin, es entonces un “progresismo” muy “a la uruguaya”. Un progresismo veterano.

miércoles, octubre 04, 2006

¿HACIA UN URUGUAY ORGULLOSAMENTE TERRAJA?

(Publicado - El Observador 4/10/06)
El Uruguay está viviendo un proceso de fuerte decadencia en sus valores centrales de convivencia social. Cada vez es más frecuente advertir expresiones insólitas, de un grado de chabacanería y ordinariez sin parangón. Desde publicidad televisiva de Sprite, en donde la gracia es ver como los bebedores de tan efervescente bebida eructan cual hipopótamos en celo, hasta la venta de preservativos en las que se pasa el límite de respeto por la mujer, con algunas manifestaciones francamente irreproducibles.
Si a ello le agregamos el proceso de “planchización” que se vive por todos lados, en donde buena parte de las jóvenes generaciones hablan con monosílabos —porque piensan con monosílabos—, el panorama se muestra aterrador.
No se trata de creer que tenemos que apelar a una sociedad en la que la intelectualidad lo sea todo, y en donde se discuta en torno a Huntington o se comenten los artículos de Morales Solá, pero tampoco este descampado en el que lo “berreta” nos viene ganando a pasos agigantados y donde, además, muchos se ufanan de esa postura.
Tampoco el lío son las “malas palabras”, porque todo depende de su utilización y del contexto en el que las mismas son dichas. A Cervantes nunca se le cobró ninguna cuenta por hacer uso de las mismas, pero —claro— no abusaba de ellas y no eran su muletilla. Hoy, es común la banalización de estas expresiones y es una lástima, porque su aplicación también debe ser muy mesurada y no transformarse en un elemento corriente del paisaje urbano.
El gobierno está en el limbo ante esta evidencia. Nadie asume que el rescate de la lengua es, además de superlativamente útil, un verdadero recurso de identidad de un país. Lo que nos sucede, entonces, es trágico, porque entre las fronteras y sus fuertes influencias y la permisividad capitalina, nos fuimos al garete con los básicos de nuestra comunicación.
No sé si a ustedes les ocurre, pero encuentro que hay uruguayos relevantes de los distintos medios en donde actúan a quienes ya no les entiendo lo que hablan. Es tal la decadencia que, en varios casos, ni se comprende lo que quieren decir. Hay que desencriptar los mensajes para, por intuición, captar lo que dicen.
Ya sabemos que la reproducción uruguaya tiene lugar en los ámbitos de contexto más crítico. De los 47.000 nacimientos al año, más de 27.500 ocurren en hogares deprimidos, donde la “ignorancia” es una de las claves centrales de esos ámbitos de socialización. El país, de seguir así, se bolivianiza a pasos agigantados y puede terminar en cualquier cosa decadente.
Esto es parte de lo que habría que ver rápidamente. En vez de regalar plata de manera indigna a los más carenciados, hubiera sido mejor invertir en modos alternativos de resocialización. Este es uno de esos objetivos que son trascendentes, que salen de la política menor y que debiera ubicarse dentro de una política de Estado en la que todos tuvieran algo que aportar.
El gran debate educativo nacional parece ignorar este tipo de problemas. Y es curioso porque esta es una señal de fragmentación de una sociedad que se llenaba la boca por ser inclusiva e integradora.
La cosa entonces no cambia automáticamente por cambiar las simbologías (ayer Don Pepe y Saravia, y hoy El Che y compañía). Es mucho más complejo el asunto y solo aceptando que el desafío es enorme se podrá construir una respuesta acorde a la dimensión del problema. Pero, como todo, hay que empezar por aceptar la encrucijada en la que se está. De lo contrario nos seguiremos hundiendo en un pozo negro con rostros de felicidad al sonar rítmico de alguna cumbia villera de moda.