miércoles, diciembre 27, 2006

¿QUÉ SERÁ DE NOSOTROS?

(Publicado - El Observador 27/12/06)
A esta altura ya parece claro que en Uruguay se acaba la fiesta. El gobierno se dispone a dibujar sus sueños y, con ellos, va a hacer añicos al Uruguay emprendedor de una forma u otra. No hay escapatoria. Conviene saberlo y estar preparados para cuando el dolor sea mayor. Y pensar que muchos creímos que había madurez en algunos gobernantes como para advertir que hay aventuras que salen muy caras…
Sin vueltas, acá con la reforma tributaria, con los reaforos inmobiliarios y sus consecuentes incrementos en la contribución inmobiliaria en Montevideo y Canelones y sus impuestos derivados (tributo domiciliario, Primaria y tasa de saneamiento) y con la futura reforma de la salud, lo único que se está haciendo es ahogar a los sectores medios de la población (trabajadores y jubilados), procurando hacer una distribución autoritaria de recursos de un lado para el otro.
Que quede claro: nadie niega la justicia de mejorar la calidad de vida de los más desprotegidos. Pero ese objetivo no se puede lograr “degollando” a las clases medias emprendedoras, que se pasaron una vida luchando para estar un poco mejor.
Los sectores emprendedores ya no son la burguesía especuladora (aquella que la izquierda advertía como “la rosca”) sino gente que se “rompió el alma” trabajando para salir adelante. No son por cierto “ricos”, sino gente que tuvo el talento y la voluntad de sortear obstáculos para llegar un poco más lejos que otros, sólo fruto de su esfuerzo y coraje. Son los padres y los abuelos de muchos uruguayos de hoy, que llegaron descalzos al país y lograron llegar a algún puerto. Pero que quede claro, no son Onassis, son sólo uruguayos que no supieron lo que eran las vacaciones, que sudaron la gota gorda y que trabajaron en mil cosas para que sus hijos tuvieran lo que ellos no tuvieron jamás.
La filosofía tributaria del gobierno entiende que el éxito que alcanzaron es un pecado, o un exceso, y por ello se siente con la autoridad política de proponer este nuevo contrato social por razones que equivocadamente entiende de interés general. Se consagra, así, el congelamiento de la pirámide social. En adelante, el progreso personal fruto del esfuerzo, será oficialmente castigado y nadie se sentirá estimulado a mejorar. Total... ¿para qué?
Resulta curioso que el gobierno no advierta que este tipo de políticas, tan agresivas hacia los que hacen mover la economía, terminará generando una contracción, sea como fuere. Es una película que todos ya vieron y que todos conocen su final.
La inquietud, la preocupación y el temor de muchos ciudadanos ante el atropello del Estado succionador sólo va a generar muy negativas consecuencias en las más diversas áreas. El incremento de los alquileres es un dato revelador que lo acaban de reseñar especialistas muy próximos al propio gobierno. La construcción de viviendas notoriamente se afecta con el nuevo mapa tributario. Ya es un rumor a voces lo que pretenden hacer algunos profesionales para evitar la presión tributaria. El mercado negro y el informalismo van a festejar. Y la plata de muchos se va a ir a bancos del exterior para no volver jamás. Son sólo las primeras señales de un desastre que no se entiende como no se lo advierte desde las alturas gubernamentales.
Por cierto, es casi una ofensa considerar a los uruguayos conejillos de indias al anunciar que si algo sale mal con estas reformas, se las corregirá oportunamente. La ciudadanía no está para que la vayan tanteando y que se juegue con el destino nacional de una manera casi frívola. Es injusto con todos los uruguayos plantear las cosas de ese modo tan superficial y tan doloroso a la vez.
Lo único que nadie podrá decir es que no se levantaron voces anunciando la tormenta. Lo hemos hecho en la medida de nuestras posibilidades y lo seguiremos haciendo, por la defensa de los derechos adquiridos de aquellos que, de un día para el otro, verán cómo el Estado se los lleva por delante de la manera más grosera posible.

miércoles, diciembre 13, 2006

PINOCHET HOY, FIDEL MAÑANA

(Publicado - El Observador 13/12/06)
La muerte de los dictadores es uno de los episodios que, cuando nos toca vivirlos en tiempo real, generan las más diversas reacciones. Los dictadores son seres deleznables, que el día que rompen el modelo democrático saben que hicieron un pacto con el demonio y que, de una forma u otra, van a pagar por sus consecuencias. Alguien paga sus atropellos, sus violaciones a los derechos humanos, sus sueños megalómanos delirantes. Siempre alguien paga esa factura.
Lo que resulta extraño es que, para analizar con inteligencia una muerte, se busquen expresiones diplomáticas para decir —en el fondo— que dejó de existir un ser maldito, que si no hubiera nacido habría sido mucho mejor para todos. Supongo que la muerte tiene alguna magia. Esa u otra. En nuestro país también se advierte cómo la muerte de gente increíble, produce una beatificación automática. Y esos personajes —hasta ayer rechazados— ahora en el otro mundo son mitologizados de manera inimaginable.
Pinochet fue un golpista de la peor calaña, un militar que traicionó su juramento constitucional, al Presidente que lo designó y depositó su confianza en él, a su corporación y al pueblo chileno. Fue también un personaje corrupto, que se hizo obscenamente rico de una manera que algún día habrá que terminar de aclarar.
Es cierto, sí, que en lo económico supo orientar a Chile hacia un Estado más eficiente y una economía moderna (contando con la fuerza bruta para licuar los costos del experimento, claro). Pero nada de ello lo disculpa en lo más mínimo. Ni siquiera sirve como argumento de nada, porque el terreno del Estado de Derecho nada tiene que ver con el de la economía y el bienestar. Los que argumentan así, en el fondo nos están estafando, porque están mezclando agua con aceite. Es equivalente a la “justificación” de las violaciones a los derechos humanos en la Cuba de Fidel, en razón de sus supuestos éxitos en el campo de la salud o la educación. ¿La prosperidad —aun si fuera genuina— valida el paredón, la capucha, la picana, las mazmorras y las fosas comunes?
Claro, estamos en un tiempo en el que los antiguos movimientos revolucionarios latinoamericanos viven su mejor hora. Reinterpretan la historia como lo desean. Se exhiben “robinhoodescos” y todo el río de sangre que hicieron correr, se lo disimula de manera elegante por razones ideológicas. Y como en esa lógica los enemigos tienen que ser verdaderos enemigos, eso hace que aún sean más horrendos los atropellos de los golpistas. Por eso Pinochet, que es espantoso y que no necesita de la militancia política de nadie para ser rechazado, va a ser recordado bajo una dudosa lógica bipolar, lo que tampoco es demasiado aconsejable.
No logro entender —no lo lograré entender jamás— cómo un régimen político pudo asesinar a más de 3.200 personas por pensar distinto. No logro entender el fascismo mental de esas bestias que se arrogan el derecho de cercenar la vida del otro por instaurar y defender sus modelos políticos. Me resulta inconcebible. Tan inconcebible como alguna gente cuerda, que vitupera contra Pinochet, pero cuando se habla de Fidel Castro y su sistema totalitario, no logran advertir que son hermanos de sangre, de sangre de las víctimas asesinadas por sus sueños de poder personales y mesiánicos.
Es extraño (sería cómico si no involucrara tanto dolor y muerte) que todo el odio hacia Pinochet se transforme en indulgencia cómplice hacia eso otro dictador que, ahora, en sus últimos días, recibe la mirada comprensiva de tantos intelectuales y políticos de la izquierda latinoamericana. Me resulta obsceno ver a Chávez y a Morales idolatrando a ese personaje. Me da pánico y me hace pensar que América Latina no se merece ese destino.
Pinochet y Castro, si hay infierno, van a estar en el mismo recinto. En el de los que no tienen dignidad. En el de aquellos que dañan la raza humana con actos bestiales que, de solo recordarlos, nos parecen mentira. Y en el de los engañadores de mentes que generan imbéciles que, por alguna sórdida razón, los defienden a capa y espada.