(Publicado - El Observador 13/12/06)
La muerte de los dictadores es uno de los episodios que, cuando nos toca vivirlos en tiempo real, generan las más diversas reacciones. Los dictadores son seres deleznables, que el día que rompen el modelo democrático saben que hicieron un pacto con el demonio y que, de una forma u otra, van a pagar por sus consecuencias. Alguien paga sus atropellos, sus violaciones a los derechos humanos, sus sueños megalómanos delirantes. Siempre alguien paga esa factura.
Lo que resulta extraño es que, para analizar con inteligencia una muerte, se busquen expresiones diplomáticas para decir —en el fondo— que dejó de existir un ser maldito, que si no hubiera nacido habría sido mucho mejor para todos. Supongo que la muerte tiene alguna magia. Esa u otra. En nuestro país también se advierte cómo la muerte de gente increíble, produce una beatificación automática. Y esos personajes —hasta ayer rechazados— ahora en el otro mundo son mitologizados de manera inimaginable.
Pinochet fue un golpista de la peor calaña, un militar que traicionó su juramento constitucional, al Presidente que lo designó y depositó su confianza en él, a su corporación y al pueblo chileno. Fue también un personaje corrupto, que se hizo obscenamente rico de una manera que algún día habrá que terminar de aclarar.
Es cierto, sí, que en lo económico supo orientar a Chile hacia un Estado más eficiente y una economía moderna (contando con la fuerza bruta para licuar los costos del experimento, claro). Pero nada de ello lo disculpa en lo más mínimo. Ni siquiera sirve como argumento de nada, porque el terreno del Estado de Derecho nada tiene que ver con el de la economía y el bienestar. Los que argumentan así, en el fondo nos están estafando, porque están mezclando agua con aceite. Es equivalente a la “justificación” de las violaciones a los derechos humanos en la Cuba de Fidel, en razón de sus supuestos éxitos en el campo de la salud o la educación. ¿La prosperidad —aun si fuera genuina— valida el paredón, la capucha, la picana, las mazmorras y las fosas comunes?
Claro, estamos en un tiempo en el que los antiguos movimientos revolucionarios latinoamericanos viven su mejor hora. Reinterpretan la historia como lo desean. Se exhiben “robinhoodescos” y todo el río de sangre que hicieron correr, se lo disimula de manera elegante por razones ideológicas. Y como en esa lógica los enemigos tienen que ser verdaderos enemigos, eso hace que aún sean más horrendos los atropellos de los golpistas. Por eso Pinochet, que es espantoso y que no necesita de la militancia política de nadie para ser rechazado, va a ser recordado bajo una dudosa lógica bipolar, lo que tampoco es demasiado aconsejable.
No logro entender —no lo lograré entender jamás— cómo un régimen político pudo asesinar a más de 3.200 personas por pensar distinto. No logro entender el fascismo mental de esas bestias que se arrogan el derecho de cercenar la vida del otro por instaurar y defender sus modelos políticos. Me resulta inconcebible. Tan inconcebible como alguna gente cuerda, que vitupera contra Pinochet, pero cuando se habla de Fidel Castro y su sistema totalitario, no logran advertir que son hermanos de sangre, de sangre de las víctimas asesinadas por sus sueños de poder personales y mesiánicos.
Es extraño (sería cómico si no involucrara tanto dolor y muerte) que todo el odio hacia Pinochet se transforme en indulgencia cómplice hacia eso otro dictador que, ahora, en sus últimos días, recibe la mirada comprensiva de tantos intelectuales y políticos de la izquierda latinoamericana. Me resulta obsceno ver a Chávez y a Morales idolatrando a ese personaje. Me da pánico y me hace pensar que América Latina no se merece ese destino.
Pinochet y Castro, si hay infierno, van a estar en el mismo recinto. En el de los que no tienen dignidad. En el de aquellos que dañan la raza humana con actos bestiales que, de solo recordarlos, nos parecen mentira. Y en el de los engañadores de mentes que generan imbéciles que, por alguna sórdida razón, los defienden a capa y espada.
Lo que resulta extraño es que, para analizar con inteligencia una muerte, se busquen expresiones diplomáticas para decir —en el fondo— que dejó de existir un ser maldito, que si no hubiera nacido habría sido mucho mejor para todos. Supongo que la muerte tiene alguna magia. Esa u otra. En nuestro país también se advierte cómo la muerte de gente increíble, produce una beatificación automática. Y esos personajes —hasta ayer rechazados— ahora en el otro mundo son mitologizados de manera inimaginable.
Pinochet fue un golpista de la peor calaña, un militar que traicionó su juramento constitucional, al Presidente que lo designó y depositó su confianza en él, a su corporación y al pueblo chileno. Fue también un personaje corrupto, que se hizo obscenamente rico de una manera que algún día habrá que terminar de aclarar.
Es cierto, sí, que en lo económico supo orientar a Chile hacia un Estado más eficiente y una economía moderna (contando con la fuerza bruta para licuar los costos del experimento, claro). Pero nada de ello lo disculpa en lo más mínimo. Ni siquiera sirve como argumento de nada, porque el terreno del Estado de Derecho nada tiene que ver con el de la economía y el bienestar. Los que argumentan así, en el fondo nos están estafando, porque están mezclando agua con aceite. Es equivalente a la “justificación” de las violaciones a los derechos humanos en la Cuba de Fidel, en razón de sus supuestos éxitos en el campo de la salud o la educación. ¿La prosperidad —aun si fuera genuina— valida el paredón, la capucha, la picana, las mazmorras y las fosas comunes?
Claro, estamos en un tiempo en el que los antiguos movimientos revolucionarios latinoamericanos viven su mejor hora. Reinterpretan la historia como lo desean. Se exhiben “robinhoodescos” y todo el río de sangre que hicieron correr, se lo disimula de manera elegante por razones ideológicas. Y como en esa lógica los enemigos tienen que ser verdaderos enemigos, eso hace que aún sean más horrendos los atropellos de los golpistas. Por eso Pinochet, que es espantoso y que no necesita de la militancia política de nadie para ser rechazado, va a ser recordado bajo una dudosa lógica bipolar, lo que tampoco es demasiado aconsejable.
No logro entender —no lo lograré entender jamás— cómo un régimen político pudo asesinar a más de 3.200 personas por pensar distinto. No logro entender el fascismo mental de esas bestias que se arrogan el derecho de cercenar la vida del otro por instaurar y defender sus modelos políticos. Me resulta inconcebible. Tan inconcebible como alguna gente cuerda, que vitupera contra Pinochet, pero cuando se habla de Fidel Castro y su sistema totalitario, no logran advertir que son hermanos de sangre, de sangre de las víctimas asesinadas por sus sueños de poder personales y mesiánicos.
Es extraño (sería cómico si no involucrara tanto dolor y muerte) que todo el odio hacia Pinochet se transforme en indulgencia cómplice hacia eso otro dictador que, ahora, en sus últimos días, recibe la mirada comprensiva de tantos intelectuales y políticos de la izquierda latinoamericana. Me resulta obsceno ver a Chávez y a Morales idolatrando a ese personaje. Me da pánico y me hace pensar que América Latina no se merece ese destino.
Pinochet y Castro, si hay infierno, van a estar en el mismo recinto. En el de los que no tienen dignidad. En el de aquellos que dañan la raza humana con actos bestiales que, de solo recordarlos, nos parecen mentira. Y en el de los engañadores de mentes que generan imbéciles que, por alguna sórdida razón, los defienden a capa y espada.
5 comentarios:
recuerdo una vez, en 1985, que escribí en el banco de madera de mi facultad: "mueran pinochet, castro, stroessner" y alguna otra figura estelar latinoamericana que ahora no recuerdo. una semana después, alguien había agregado, debajo de mi inscripción: "colorado de mierda". :)
en realidad te tendrían que haber puesto "blanco de mierda!!".
Si hubieras sido colorado no hubieras insultado a nuestro hermano paraguayo
¿Rivera arderá en el mismo infierno que Castro y Pinochet, o tiene un lugar más propicio junto a genocidas como Hitler?
pinocho culiado
me chupam el otro pinocho qe crece igual qe la nariz
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