(Publicado - El Observador 28/06/06)
No son pocos los que por estas horas se muestran asombrados ante la caída en los índices de aceptación que tiene el gobierno en los últimos días. Números más, números menos, el gobierno tiene cerca de un 40 por ciento de aceptación neta. El Presidente, por su parte, cayó y según Factum posee una aceptación superior al 57 por ciento. Esto siempre es así, los presidentes generalmente logran estar por encima de la simpatía de sus gobiernos. Más aún en este caso, donde la pelea y el desgaste lo asumen varios ministros.
Los uruguayos abonamos la teoría de que somos tolerantes, profundamente demócratas y nada soberbios. Nos creemos respetuosos del Estado de Derecho, de sus reglas y de cierto estilo humanista al que consideramos una marca de fábrica. Algo está pasando, empero, puesto que cierta “porteñización” nos viene ganando el alma día a día.
Los fallos de la justicia empiezan a ser difíciles de entender para mucha gente. Los magistrados se quejan. Los fiscales también. A muchos integrantes de estas corporaciones les empieza a encantar verse en los noticieros. Un jerarca se va de boca y termina “procesado” por manifestaciones que, aunque discutibles, no parecían revestir suficiente mérito para semejante decisión. Simultáneamente, una medida judicial en un caso muy conocido, no prosperó por un comportamiento judicial intoxicado por la incidencia notoria del poder político. Las ocupaciones de ámbitos laborales ya son relativamente corrientes y ciertas interpretaciones del derecho de huelga entran en un contencioso con el derecho de propiedad donde nadie asume el valor de laudar ese conflicto. Turbulencia a la vista. Ver otra cosa es mentirse. Y no se trata de ser “pro empresario”, sólo alcanza con ser sensato.
El hecho de manejar la tesis reeleccionista del presidente por parte de varios de sus acólitos es una penosa manifestación de algunos que pretenden eternizarse en el poder. Lo gracioso del asunto es que se pasaron la vida argumentando contra esta postura, tanto en l971 como hace pocos años, cuando hablaban de los “superpoderes” presidenciales. Esto también desnuda cierta frivolización del poder que a mucha gente que los votó empieza a caerle gruesa. La alfombra roja, los secretarios, el chofer, las cortes y los medios empiezan a comerle el alma a los autoproclamados principistas.
Ni hablemos de los episodios donde la moral de los gobernantes es puesta en duda. El capítulo “Gonzalo Fernandez” va a ir tomando su justo lugar porque a cualquiera le rechina que con el poder de ese funcionario, se tenga tan proficua actuación —él o su estudio— en los estrados judiciales. Es mala tanta tentación capitalista. Es malo para el país semejante postura de la mano derecha del presidente y de la cabeza jurídica del Poder Ejecutivo. ¿No eran estas cosas las que les objetábamos a los políticos argentinos? ¿No eran estos los argumentos con los que los frentistas decían que los partidos históricos habían perdido la brújula?
En fin, este es el nuevo posmodernismo frentista, en el que ingresamos con bombos y platillos, ahora agarraditos del mesías tropical de Venezuela que viene a hacer su juego al grogui Mercosur. Yo realmente pensé que la alternancia democrática podía traer algún beneficio. En definitiva, uno quiere creer que los que vienen traen una actitud renovadora que a todos nos haría bien. Nunca pensé, en cambio, que sólo la inercia de la economía iba a ser la estrellita de la hora. Nunca pensé, de veras, que en tan poco tiempo tanta gente que abandonó los partidos históricos nos iba a estar diciendo que su comportamiento fue un error. El orgullo frentista que antes se veía por todas partes ha dejado lugar al silencio sepulcral de sus votantes. Ahora nadie parece haberlos votado. Se acabaron las vanidades frentistas de las calcomanías, de las banderas y de espetar en todos lados que se integraba esa coalición. Es curioso que los mitos caigan tan rápido. Quién lo hubiera dicho.
Los uruguayos abonamos la teoría de que somos tolerantes, profundamente demócratas y nada soberbios. Nos creemos respetuosos del Estado de Derecho, de sus reglas y de cierto estilo humanista al que consideramos una marca de fábrica. Algo está pasando, empero, puesto que cierta “porteñización” nos viene ganando el alma día a día.
Los fallos de la justicia empiezan a ser difíciles de entender para mucha gente. Los magistrados se quejan. Los fiscales también. A muchos integrantes de estas corporaciones les empieza a encantar verse en los noticieros. Un jerarca se va de boca y termina “procesado” por manifestaciones que, aunque discutibles, no parecían revestir suficiente mérito para semejante decisión. Simultáneamente, una medida judicial en un caso muy conocido, no prosperó por un comportamiento judicial intoxicado por la incidencia notoria del poder político. Las ocupaciones de ámbitos laborales ya son relativamente corrientes y ciertas interpretaciones del derecho de huelga entran en un contencioso con el derecho de propiedad donde nadie asume el valor de laudar ese conflicto. Turbulencia a la vista. Ver otra cosa es mentirse. Y no se trata de ser “pro empresario”, sólo alcanza con ser sensato.
El hecho de manejar la tesis reeleccionista del presidente por parte de varios de sus acólitos es una penosa manifestación de algunos que pretenden eternizarse en el poder. Lo gracioso del asunto es que se pasaron la vida argumentando contra esta postura, tanto en l971 como hace pocos años, cuando hablaban de los “superpoderes” presidenciales. Esto también desnuda cierta frivolización del poder que a mucha gente que los votó empieza a caerle gruesa. La alfombra roja, los secretarios, el chofer, las cortes y los medios empiezan a comerle el alma a los autoproclamados principistas.
Ni hablemos de los episodios donde la moral de los gobernantes es puesta en duda. El capítulo “Gonzalo Fernandez” va a ir tomando su justo lugar porque a cualquiera le rechina que con el poder de ese funcionario, se tenga tan proficua actuación —él o su estudio— en los estrados judiciales. Es mala tanta tentación capitalista. Es malo para el país semejante postura de la mano derecha del presidente y de la cabeza jurídica del Poder Ejecutivo. ¿No eran estas cosas las que les objetábamos a los políticos argentinos? ¿No eran estos los argumentos con los que los frentistas decían que los partidos históricos habían perdido la brújula?
En fin, este es el nuevo posmodernismo frentista, en el que ingresamos con bombos y platillos, ahora agarraditos del mesías tropical de Venezuela que viene a hacer su juego al grogui Mercosur. Yo realmente pensé que la alternancia democrática podía traer algún beneficio. En definitiva, uno quiere creer que los que vienen traen una actitud renovadora que a todos nos haría bien. Nunca pensé, en cambio, que sólo la inercia de la economía iba a ser la estrellita de la hora. Nunca pensé, de veras, que en tan poco tiempo tanta gente que abandonó los partidos históricos nos iba a estar diciendo que su comportamiento fue un error. El orgullo frentista que antes se veía por todas partes ha dejado lugar al silencio sepulcral de sus votantes. Ahora nadie parece haberlos votado. Se acabaron las vanidades frentistas de las calcomanías, de las banderas y de espetar en todos lados que se integraba esa coalición. Es curioso que los mitos caigan tan rápido. Quién lo hubiera dicho.